domingo, 30 de agosto de 2015

ECOFASCISMO O ECOCOMUNISMO

El ecologista que quiere ser como Hitler

Foto: El ecologista Pentti Linkola en el bosque
Pentti Linkola está a favor de la guerra, de abolir la democracia y de exterminar a todos los gatos. Sus mandamientos para conseguir un mundo mejor siembran el pánico.
Después de varias décadas de serias advertencias, el movimiento ecologista ha conseguido que estemos muy inquietos por la situación en la que se encuentra nuestro planeta. Parece haber, sin embargo, una enorme desproporción entre lo mucho que sabemos de la catástrofe que se avecina y lo poco que podemos hacer para remediarla. Salvo por un puñado de tímidos consejos -casi todos ellos relacionados con la abstinencia (no usar aerosoles, no viajar en coche, no comprar productos transgénicos) o con un párvulo panteísmo (ama a los animales, aliméntate del sol, ¡respeta el poder de la Semilla!)- carecemos de un programa de acción concreto y de un referente político de envergadura.

Como siempre que la prisa se da de bruces con la carencia, no han tardado en surgir dentro del ecologismo una serie de grupos descontrolados que exigen el fin de la tibieza reformista y la inmediata aplicación de un duro programa de choque. Para los ecofascistas, la más peligrosa de estas facciones, el hombre debe pagar con su vida por los irreparables daños que ha causado al planeta. Entre las diversas medidas que propugnan para alcanzar su pavorosa utopía, destacan cosas como el repudio de los derechos humanos, el uso de la violencia para reprimir la natalidad y la creación de campos de trabajo para reeducar a los cabecillas de la barbarie industrial.

El apóstol más elocuente de este decálogo de fuego es, sin duda, el ecópata finlandés Pentti Linkola (Helsinki, 1932). Al terminar sus estudios universitarios, el joven Pentti decidió dar la espalda a toda comodidad burguesa para perderse en la taiga y llevar una vida de completa fusión con la naturaleza. Allí aprendió las duras lecciones de estoicismo que lo transformaron en el anciano elástico y despiadado que es hoy. A sus ochenta y tres años sigue viviendo en armonía con las criaturas del bosque, en una cabaña sin agua corriente ni aparatos eléctricos (la reciente adquisición de un teléfono móvil ha causado una ola de indignación entre sus seguidores), y cada mañana se sube a su bicicleta o a su trineo para ganarse el jornal vendiendo pescado por las aldeas cercanas.

Además de un conservacionista hiperactivo, Linkola es también un modesto intelectual. La única de sus obras que ha recibido hasta la fecha cierta atención fuera de Finlandia ha sido una compilación de artículos periodísticos titulada ¿Podrá la vida vencer? Este volumen −en cuyo índice figuran capítulos como 'Las autopistas: un crimen contra la humanidad', 'La democracia, ¿un culto a la muerte?' o 'La herejía de la no violencia'− constituye un alucinante viaje al interior de la locura. Al leerlo, el lector no puede evitar preguntarse en qué estado de despreocupada indulgencia debían de encontrarse los editores fineses para permitir la difusión de un material tan venenoso. Con todo, hay que admitir que Linkola es un maestro contemporáneo de la misantropía, el exceso y el horror. Es capaz de sembrar el pánico hasta cuando abre unas comillas.

Adicto al moho y odio a los gatos


Además de terrorífico, pronto nos damos cuenta de que su ideario es sobre todo muy poco convencional. Los primeros motivos de inquietud nos los proporcionan sus violentas diatribas contra la higiene alimentaria. Gracias a ellas descubrimos que el viejo Pentti es un fanático del moho y la comida en mal estado. “A veces, cuando vuelvo de un viaje” –nos confiesa— “me encuentro una rebanada de pan que se ha puesto verde. Pues bien: ¡yo no malgasto el grano del Señor!”. Al “ecologista verdadero” le recomienda llevar una dieta rica en bacterias en la que, además del pan rancio, debe estar presente la fruta podrida, el pescado en descomposición y el agua cenagosa de los pantanos. Estos singulares hábitos le han llevado a desarrollar una intensa fobia hacia los inspectores de sanidad. Si alguna vez logra imponer su pavoroso régimen ecocrático, promete “deportarlos a todos a los vertederos en los que se han deshecho de tantos alimentos en buen estado”.

También resulta bastante sospechoso el trato que nuestro sanguinario cascarrabias pretende dispensar a los gatos. A estos “ángeles de la muerte importados de Egipto” les acusa de perpetrar innumerables matanzas de pájaros –la única especie animal por la que siente alguna simpatía– y exige que paguen por ello con su total extinción. No contento con eso, pretende que las ejecuciones se lleven a cabo mediante un plan de ahogamientos masivos de cachorrillos. Un método que describe como “la forma más sencilla y placentera de morir incluso para los humanos”. ¿Qué tipo de monstruo –nos preguntamos− puede odiar tanto a los gatitos y a los inspectores de sanidad?

Sin embargo, la verdadera obsesión de Linkola, el asunto en el que tiene empeñada toda su sañuda malicia, es la superpoblación. Los escasos días en los que se levanta de buen ánimo, se asoma a la ventana de su cabaña y se queda mirando fijamente la helada inmensidad de la tundra. Después de varias horas así, se llena de un intenso  y empiezan a ocurrírsele cientos de nuevas ideas para diezmar la población. El desprecio que siente por sus congéneres (“un amasijo de carne que pesa ya treinta billones de kilos”) es de unas proporciones olímpicas. Incluso hacer una simple llamada telefónica despierta en él “unas grandes ansias de matar”.


Los ancianos dominarán el planeta


La sociedad ideal con la que sueña es una escalofriante pesadilla orientada hacia una única meta: la progresiva desaparición de la humanidad. Su sistema de gobierno preferido es la gerontocracia. En él sólo los eruditos mayores de ochenta años podrán ocupar cargos de responsabilidad pública. La arquitectura institucional de su régimen está libremente inspirada en los preceptos del feudalismo y de ella se ha abolido cualquier vestigio democrático, en especial la prensa (“esos monos que caminan en pos de la última tendencia”) y los sistemas asistenciales gratuitos.

La máxima autoridad mundial de este eco-estado residirá en un Consejo de Ancianos cuya principal atribución será controlar la natalidad. Además de promover medidas de anticoncepción voluntarias, el Consejo tendrá potestad para imponer programas forzosos de aborto y esterilización a escala planetaria. La policía demográfica vigilará el estricto cumplimiento de estar normas para que pueda evitarse “la ejecución de niños ya nacidos”. Entre tanto salvajismo, esta repentina nota de piedad resulta desconcertante. ¿Se está ablandando nuestro naturópata? Para disipar cualquier duda a este respecto se apresura a recordarnos que “el infanticidio ha sido una práctica común hasta fecha muy reciente”.

En este repertorio de atrocidades no podía faltar la eugenesia. Linkola cree que principios tales como la inviolabilidad de la vida y la igualdad entre los hombres no son más que el producto de la histeria colectiva. Su mundo es salvajemente jerárquico y en él sólo tienen cabida los ejemplares intelectual y moralmente más valiosos. El resto no es más que un revoltijo prescindible que debe ceder su espacio al reino animal. Sin embargo, nos encontramos ante un eugenista muy poco riguroso. El sistema que propone es el único conocido hasta la fecha en el que los octogenarios recibirían un trato más amable que los bebés, lo cual no resulta del todo sorprendente teniendo en cuenta que su autor era ya un anciano cuando lo pergeñó. Al parecer, Linkola se siente a veces tan aterrorizado por sus ocurrencias como nosotros.

Esta excéntrica variedad de ecologismo está tan lastrada por su misantropía y su sed de violencia, que en ella tiene también cabida el culto a la guerra. Cualquier carnicería o matanza debe ser celebrada por el verdadero ecofascista como una “prórroga que se le concede a la naturaleza”. Sin embargo, Linkola nos advierte de que solamente serán verdaderamente útiles aquellas contiendas bélicas que tengan por objetivo a la población civil y, más específicamente, a los niños y a las madres en edad fértil.

El placer que este hombre siente ante el sufrimiento parece no tener límites. Pero, a pesar de todos sus crueles disparates, ha de reconocérsele un mérito. Suyo es el único argumento contra el vegetarianismo capaz de hacer tartamudear hasta al más beligerante de los animalistas: si la inminente catástrofe ecológica pronto nos reducirá a todos a un estado de babeante canibalismo, ¿qué más da si llegamos ahí después una fase intermedia de abstinencia carnívora o manteniendo nuestra dieta habitual?

Linkola comparte con otros anacoretas chiflados como el terrorista Unabomber, con quien a menudo se le compara, un universo ideológico similar (el primitivismo macabro, la tecnofobia y un gusto similar para la decoración de interiores). Sin embargo, el finlandés es un teórico mucho más mediocre y caprichoso que sus compañeros de cabaña. ¿Es aplicable su programa político, o se limita a presentarnos con irreprimible sadismo un catálogo de bestialidades? Sea como fuere, el ecofascismo es sólo el síntoma más espectacular de un fenómeno mucho más preocupante: la progresiva suplantación del ecologismo por una serie de derivaciones estrafalarias que haríamos bien en someter a un severo juicio. De ello depende que no se instale entre nosotros una distopía en la que tendremos que hacer frente a cosas mucho peores que Pentti Linkola.

El mundo de Linkola es salvajemente jerárquico y en él sólo tienen cabida los ejemplares intelectual y moralmente más valiosos

Para Pentti Linkola el hombre debe pagar con su vida por los irreparables daños que ha causado al planeta, y por ello repudia los derechos humanos y se posiciona a favor del uso de la violencia

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miércoles, 19 de agosto de 2015

Y AHORA RESULTA QUE RATO NO ES ECONOMISTA SINO LICENCIADO EN DERECHO

Otro engaño del mujeriego Rato: no es economista sino licenciado en Derecho y le montó un pollo a una cajera

La gigantesca mentira con la que el ministro de Economía, Rodrigo Rato, construyó su biografía política cada vez se parece más a la de aquel director de la Guardia Civil socialista llamado Luis Roldán, que se hacía pasar por economista o ingeniero industrial y que, tras 15 años en prisión, salió libre para disfrutar de todo lo que había robado. “Espía en el Congreso” puede asegurar que el considerado “cerebro económico del PP”, el mujeriego y libertino Rodrigo Rato, no tiene el título de economista sino de licenciado en Derecho: nunca ejerció como abogado ni trabajó en nada que no fuera la política. Su trayectoria con la “tarjeta black” está jalonada además de gastos suntuosos, fiestas, clubes privados y alcohol, pero él sigue inasequible al desaliento: le montó un pollo a una cajera por errar en unos céntimos, según denuncia una periodista, y tras serle impuesta una fianza de 3 millones de euros por el juez Andreu, al día siguiente jueves 23 de octubre, el ex-presidente de Bankia viajaba a Madrid desde el aeropuerto de Ginebra (Suiza) en el vuelo IB3493 de las 18:35 junto a su jefa de prensa Alicia González, convertida hoy en redactora jefe de El País y pareja. Un misterioso viaje que ha aumentado aún más la indignación y la sospecha ciudadana.

Para colmo de males, en este régimen las élites de la universidad española esculpen pedestales de mármol a los mayores corruptos del reino, a los que hace doctores “honoris causa”. “Rato es un personaje encumbrado artificialmente, cuya realidad esconde una historia de fracasos”, denuncia el profesor Ramón Tijeras (URJC), autor del libro “Los Rato, 1795–2002”. El volumen fue boicoteado y la cúpula de la editorial que lo publicó (Plaza & Janés), despedida. “La historia de todos ellos está relacionada con un activismo continuo en la trastienda de la política que ha convertido a la familia en parte de las élites que gobiernan el país y que no se han bajado del burro desde hace 200 años, a base de mantener contactos y lazos familiares. Recordemos que la rama Figaredo de la familia es una de las que a lo largo de dos siglos han estado presentes en los consejos de administración de la industria asturiana”, señala Tijeras.

Y añade: “a Juan Guerra se le condenó por un delito fiscal, como a Al Capone, nada más. Con Rato y los delitos de cuello blanco ocurre algo parecido. Cuando indagamos en el registro de actividades del Congreso, que da cuenta de los intereses particulares que tienen los diputados en sus actividades profesionales, nadie lo consultaba y hasta estaba escondido en las oficinas del Parlamento. Rato, paradójicamente, fue uno de los diputados que en su época declaró tener intereses en dos docenas de empresas. Pero aún tenía intereses en otras cuarenta que no declaró cuando era vicepresidente del Gobierno y ministro de Economía. Las decisiones que tomaba Rato eran de carácter sectorial. Y su familia y él mismo se mantenían como accionistas de empresas hidroeléctricas o urbanísticas que se beneficiaron de permisos y operaciones que fueron posibles gracias a la política de engrase que funciona habitualmente en administraciones de su influencia como la Comunidad de Madrid”.

Eran tiempos en que las élites españolas proclamaban la riqueza eterna del país que ellos mismos se agenciaban.“Vivimos ahora el mejor momento de la economía mundial”, declaró Rodrigo Rato en Cádiz, donde había sido diputado “cunero” (enviado desde Madrid sin relación alguna con la circunscripción). El director del FMI pedía que se mantuvieran “los aciertos del pasado” y consideraba que el crecimiento económico en España era “sostenido e intenso”.
Sin embargo, en Estados Unidos no pudo acabar su mandato, pues solo cumplió tres años como director gerente del FMI. Rodrigo Rato apenas sabía de nada que no fuera la política pura y dura por lo que su elección resultó un fiasco. Por ello fue incluido en la lista de los peores directivos internacionales confeccionada por ‘Bloomberg Business Week’, que publica cada inicio de año. En la lista aparecía en quinto lugar, tras Brian Dunn, a quien la revista considera responsable de una pésima gestión en Best Buy, y Aubrey McClendon, a quien responsabilizan de la difícil situación financiera de Chesapeake Energy.
Bajo la gestión de Rato en Bankia, 350.000 pequeños accionistas perdieron casi toda su inversión, pues habían pagado 3,75 euros por título en julio del 2011. Rato había declarado que las cuentas que presentó de la entidad, con un beneficio de 306 millones en 2011, eran reales y que se cambiaron porque el nuevo equipo decidió provisionar cerca de 1.800 millones por créditos aún al corriente de pago. Incluso, cuando las cuentas de Bankia del citado año fueron auditadas, arrojaron unas pérdidas de sólo 2.979 millones de euros, cuando el rescate fue finalmente de 36.000 millones, lo que hace aflorar la sospecha de que aún no ha salido a flote toda la verdad del caso “Caja Madrid-Bankia”.
Clubes, bares, salas de fiesta, alterne con alcohol y joyas… La tarjeta “black” de Rodrigo Rato solo refleja lo que era un secreto a voces en la Villa y Corte o incluso en los pasillos del Congreso. Que Rodrigo Rato era un “jeta”, un “bon vivant” que engañaba a unos y otros, un admirador de las mujeres bellas con las que gastaba el dinero a manos llenas. Por el contrario, resultaba grosero y soez cuando alguien le escatimaba unos céntimos, como le ocurrió a una cajera de un supermercado: “Y si no que se lo pregunten a los clientes de un céntrico Lidl de Madrid que pudieron observar el pollo que le montó a una cajera por un error de menos de un euro. Que si las barras de las etiqueta estaban mal o no, que si no hay derecho, que si patatín, que si patatán…”, señala la cronista Marta Cibelina.
Pero estas y otras noticias sobre Rato no salían porque a los periodistas, o los compraba o los amedrentaba, como narra ahora Pedro Jota Ramírez: “La primera vez que me di cuenta a qué se refería fue cuando El Mundo descubrió el pelotazo con información privilegiada del que César Alierta fue absuelto por prescripción después de que el Supremo acreditara el delito con el que hizo de oro a su sobrino. A instancias del propio Aznar me reuní con Rato en el Hotel Orfila -nunca lo había contado- y él cerró filas con el ya presidente de Telefónica de forma tan irracional y opuesta a los principios éticos que decía practicar el PP, de manera tan agresiva incluso tratándose de un valido que protegía a una de sus más preciadas hechuras, que no pude por menos que sospechar que allí había gato encerrado”.
“Luego supimos que Alierta había jugado un papel importante en el salvamento a la familia Rato de la quiebra y no deja de ser significativo que a día de hoy le mantenga enchufado a una de las ubres de la multinacional como si una empresa cotizada tuviera que preocuparse menos por su reputación que un partido político. Claro que de esto no habla nadie porque de los tres reyes que, muerto Botín, quedan en España,César el Elocuente es con diferencia el más poderoso. Pero, volviendo a lo de Aznar, poca satisfacción puede encontrar en no haber elegido al nada escrupuloso Rato -qué mal huele el dinero de ida y vuelta con su banco de negocios- cuando eligió al estólido en su estrago”.
espiaenelcongreso.com